Gualterio
Es la debilidad ante la belleza. Hui Liu sabe de esas cosas, y lleva adelante su puesta en escena sin el más mínimo error. Abandona su mediocre inglés y me deja navegar en mi mucho más mediocre mandarín, mezclado con mi minúsculo cantonés, bello hasta el dolor, con sus tonos y sus larguísimos finales vocales. Cualquier definición de una lengua amatoria es basura: la lengua del sur de China, de Macao y de Hong Kong es la última palabra; la primera verdad. Ella mira con una mezcla de sensaciones desconocidas por mí: qué siente, cómo lo siente, cómo ordena su ternura, son misterios absolutos. Para mí o para cualquier otro occidental. Me pregunto mientras toco el cuello oculto bajo su pelo negro ¿Existe el hombre que haya comprendido este mundo? Miro sus manos serenas, una sobre otra y ambas sobre sus rodillas. Nada altera su silencio. No abre los ojos, ni siquiera frunce la piel de su cara cuando presiono sus pezones o muerdo su carne o aprieto el muslo hasta que me duele la mano. Nada: Hui Liu navega por sus océanos insondables y meridianos, milenarios. Una vez me confesó que sentía pena por nosotros, los que simulamos conocer la lengua Han: ustedes no pueden soñar con signos, dijo. Yo me permití explorar otras incumbencias, y ahora estoy seguro: también sueña –por decirlo de algún modo- con sus malditos signos cuando cogemos. Busca el adecuado, me dijo, para cada momento, para cada temor. Bueno, lo encuentra, u otra cosa que no pude entender. Yo, ahora, sufro de los mismos terrores: me dejo invadir por un signo, tal vez inexistente (luego lo supe: eso no es lo importante), y obedezco su soberano mandato. Ahora, en mi mano abriendo su sexo, en su rostro sereno, hermoso y triste, veo un signo enredado en sus largas pestañas de etnia Niao: la debilidad ante la belleza, es lo que para mí significa.
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